martes, 11 de febrero de 2020


En ese pequeño mundo 

    Frecuentemente, en la vida se presentan decisiones que tienen que ver entre cantidad o calidad, invariablemente, debo confesar, me he inclinado por la segunda alternativa. Y, cuando se trata de seleccionar de una lista aquellos objetos que nos traen remembranzas, he decidido escoger sólo uno: mi colección de sellos postales. La he cultivado desde la infancia.

    ¿Por qué los sellos me traen inolvidables recuerdos? La respuesta es simple: me permiten viajar por las dimensiones espacio y tiempo.

    Cuando he llegado a visitar lugares como las plazas de Trafalgar o Vendôme, el Coliseo romano, la costa amalfitana, la Ruta Romántica, o bien la Iglesia de la Virgen del Panecillo, en Quito, tengo la familiar sensación de que ya he estado allí antes. Y es que los timbres me han llevado a esos lugares previamente. Pero, hay otros muchos puntos geográficos donde nunca he puesto mi pie, aunque de antemano ya los conozco, llámense las playas de Costa de Marfil, el reloj astronómico de Praga, el edificio del Parlamento en Budapest, los tianguis de Tánger y, por supuesto, el Taj Mahal. 

    Los sellos postales permiten realizar esas travesías en el espacio; también me llevan a estar presente en acontecimientos pretéritos, como el levantamiento de los bolcheviques; cruzar los mares en el navío de Américo Vespucio; formar parte de las largas travesías de Marco Polo; hacer cima en la montaña imposible, acompañando a Sir Edmund Hillary; conquistar el oeste norteamericano, del lado de los gambusinos; ver cómo quemaban en la hoguera a Juana de Arco; ser testigo del blitzkrieg, que marcó el inicio de la Segunda Guerra Mundial; y, por qué no decirlo, ver desde la luna la imagen de la Tierra, junto a la tripulación del vehículo Apolo.

    Por si fuera poco, también he visitado los tesoros que guardan el Louvre, el Hermitage, el Británico, el Van Gogh, El Vaticano, y el Metropolitano neoyorquino. Poseo las reproducciones clásicas de Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, Rembrandt, Picasso, y de afamados pintores rusos.

    También he sido invitado a ceremonias conmemorativas, como la Revolución Francesa, la independencia de Argel, las reformas de Lutero, la fundación de la UNAM, la caída del muro berlinés, el día de Martin Luther King, o inclusive el cumpleaños del Führer, en los tiempos grisáceos de la Alemania Nazi.

    He viajado en trenes, volado en aviones supersónicos, surcado océanos en todo tipo de navíos y cruzado la estratósfera en naves espaciales. He admirado el folklore de Dahomey, las artesanías turcas, los vistosos trajes lituanos, los magníficos tapices de los califas fatimitas, los artesanos del vidrio en Murano, y las tejedoras de Cusco.

   El conocimiento es ilimitado y el placer gratificante.  Incursionar en el universo de los timbres postales es experimentar travesías fascinantes y todo al alcance de la mano, con sólo voltear las páginas del álbum. Y ahí están, siempre, esperando que yo elija el tema o lugar que deseo explorar ese día.    Las nuevas generaciones no están cercanas a este pasatiempo, la tecnología se ha encargado de irlo desplazando, está en peligro de extinción. No obstante, si el individuo trae los genes de la aventura y la curiosidad, los timbres jamás lo decepcionarán. Y, una vez que se entra en esa dimensión queda uno irremediablemente atrapado, sin posibilidades de salir.

Rafael Isás R.