En ese pequeño mundo
Frecuentemente, en la vida se presentan decisiones que tienen que
ver entre cantidad o calidad, invariablemente, debo confesar, me he
inclinado por la segunda alternativa. Y, cuando se trata de seleccionar de una lista aquellos
objetos que nos traen remembranzas, he decidido escoger sólo uno: mi
colección de sellos postales. La he cultivado desde la infancia.
¿Por qué los sellos me traen inolvidables recuerdos? La respuesta
es simple: me permiten viajar por las dimensiones espacio y tiempo.
Cuando he llegado a visitar lugares como las plazas de
Trafalgar o Vendôme, el Coliseo romano, la
costa amalfitana, la Ruta Romántica, o bien la Iglesia de la
Virgen del Panecillo, en Quito, tengo la familiar sensación de que ya
he estado allí antes. Y es que los timbres me han llevado a esos
lugares previamente. Pero, hay otros muchos puntos geográficos donde
nunca he puesto mi pie, aunque de antemano ya los conozco,
llámense las playas de Costa de Marfil, el reloj astronómico de
Praga, el edificio del Parlamento en Budapest, los tianguis de Tánger
y, por supuesto, el Taj Mahal.
Los sellos postales permiten realizar esas travesías en el espacio;
también me llevan a estar presente en acontecimientos pretéritos, como el
levantamiento de los bolcheviques; cruzar los mares en el navío de
Américo Vespucio; formar parte de las largas travesías de Marco
Polo; hacer cima en la montaña imposible, acompañando a Sir
Edmund Hillary; conquistar el oeste norteamericano, del lado de los
gambusinos; ver cómo quemaban en la hoguera a Juana de Arco; ser
testigo del blitzkrieg, que marcó el inicio de la Segunda Guerra
Mundial; y, por qué no decirlo, ver desde la luna la imagen de la
Tierra, junto a la tripulación del vehículo Apolo.
Por si fuera poco, también he visitado los tesoros que guardan el
Louvre, el Hermitage, el Británico, el Van Gogh, El
Vaticano, y el Metropolitano neoyorquino. Poseo las
reproducciones clásicas de Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, Rembrandt,
Picasso, y de afamados pintores rusos.
También he sido invitado a ceremonias conmemorativas, como la
Revolución Francesa, la independencia de Argel, las reformas de
Lutero, la fundación de la UNAM, la caída del muro berlinés, el día
de Martin Luther King, o inclusive el cumpleaños del Führer, en los tiempos grisáceos de la Alemania Nazi.
He viajado en trenes, volado en aviones supersónicos, surcado
océanos en todo tipo de navíos y cruzado la estratósfera en naves espaciales.
He admirado el folklore de Dahomey, las artesanías turcas, los vistosos trajes
lituanos, los magníficos tapices de los califas fatimitas, los artesanos del
vidrio en Murano, y las tejedoras de Cusco.
El
conocimiento es ilimitado y el placer gratificante. Incursionar en el
universo de los timbres postales es experimentar travesías fascinantes y todo
al alcance de la mano, con sólo voltear las páginas del álbum. Y ahí
están, siempre, esperando que yo elija el tema o lugar que deseo explorar
ese día. Las nuevas generaciones no
están cercanas a este pasatiempo, la tecnología se ha encargado de irlo
desplazando, está en peligro de extinción. No obstante, si el individuo trae
los genes de la aventura y la curiosidad, los timbres jamás lo decepcionarán.
Y, una vez que se entra en esa dimensión queda uno irremediablemente
atrapado, sin posibilidades de salir.
Rafael Isás R.