viernes, 3 de diciembre de 2010

Sobre la ciencia sombrìa





Hablemos de la economìa, la ciencia sombrìa, como la llegò a definir el historiador Thomas Carlyle allà por el siglo XIX, y es que resulta en verdad lùgubre porque para gestionar recursos escasos, y encontrar soluciones, hay toda una diversidad de caminos teóricos trazados, lo que la vuelve màs confusa que las opiniones de médicos en relación a interpretaciones clinìcas, y menos acertada aùn que los pronósticos metereològicos.

 
En economía los postulados están enmarcados en teorìas diseñadas de acuerdo a las situaciones propias de cada època, pero tambièn muy a propòsito a los intereses dominantes.


Los precursores de esta ciencia triste hablaban y debatìan acerca de la economìa polìtica. Eran verdadaderos monstruos: Adam Smith, David Ricardo, Thomas Robert Malthus, John Stuart Mill y Karl Marx, sòlo para citar a algunos notables.

 
Cuando sobreviene la revoluciòn industrial y el sistema capitalista despega con una fuerza inusitada, dando libre espacio a la creatividad y a la productividad, el mundo prospera, pero tambièn van surgiendo los primeros trusts, que en la pràctica vienen a demostrar que no existe tal cosa como los "libres mercados", como lo manifestaban los clàsicos.


Pasado el tiempo, los economistas convencionales, basados en los clásicos, toman los postulados librecambistas para darles forma teòrica, a manera de leyes inmutables que sòlo funcionan de esa manera, y los vienen a adornar con ecuaciones matemàticas para transformar a la ciencia social en una categorìa pretenciosa de ciencia exacta.




Asì, nos vienen a hablar de conceptos tales como el “Modelo de equilibrio general”, de “Las decisiones racionales de los consumidores”, de “Los mercados autoregulados”, y de otras quimeras. De ese modo, cualquier nuevo postulado que no estuviera respaldado por todo un edificio teòrico de variables y constantes arregladas en forma de modelos, no serìa ni siquiera considerado para ser tomado en cuenta en algùn foro de notables. De hecho, esa ha sido la tònica que distingue al desfile de premios Nòbel que otorga cada año la ciencia sombrìa.




Con el advenimiento de los neoclàsicos, la academia tradicional le da carpetazo final a la economìa polìtica.




Vienen los descalabros de la Gran Depresiòn que marcan la quiebra de la Economìa Clàsica y es cuando aparece el gran salvador del sistema capitalista, Sir John Maynard Keynes, quien recomienda intervenir en el mercado a travès de instrumentos fiscales que impulsen a la demanda agregada para sacar al sistema del colapso.




La Teorìa Keynesiana se encarama en el edificio teórico y de ahì se multiplican diversas versiones de Economìa del Bienestar, ayudando a elevar el nivel de vida de las naciones avanzadas, dando seguridad social a la mayoría de esas poblaciones.




De hecho, el mundo vive la època dorada despuès de la segunda guerra mundial, extendièndose la bonanza hasta principios de los años 70's, cuando el sistema muestra sìntomas de agotamiento, y que la escuela Neomarxista identifica, sòlidamente, como evidencias de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.




Es entonces cuando los apòstoles del libre mercado encuentran el momento propicio para el resurgimiento de los viejos postulados, pero en respuesta a un fenòmeno creciente que caracteriza a la evoluciòn moderna del sistema capitalista, es decir la financiarizaciòn de la economìa, en donde el capital busca refugio para maximizar ganancias y dar respuesta a la necesaria acumulaciòn. Economistas como Friedrich Von Hayek y Milton Friedman se encargan de ensalzar los beneficios de la economìa desregulada, clamando por el derrumbe de las barreras al comercio y el retiro estratègico del estado como interventor directo en los mercados, en beneficio del sector privado.




Esa base teòrica era lo que los grandes intereses, ahora financieros, necesitaban para imponer sus polìticas alrededor del globo terraqueo. La gran liquidez resultante del disparo de los precios del petròleo en los 70's genera un enorme mercado de eurodólares (dólares en circulación fuera del territorio de los Estados Unidos), donde los bancos mundiales corren en estampida para ofrecer crèditos atractivos a todo el tercer mundo, como palanca financiera para que los países en desarrollo logren sus autènticas aspiraciones de crecimiento acelerado.




Lo que sucediò despuès fue que la trampa del endeudamiento cobrò sus facturas y se desatan los efectos "tequila", "samba", y "vodka", que como fichas de dominò provocan grandes crisis que vienen a ser resueltas por los nuevos poderes fàcticos en forma de recetas austeras y draconianas impuestas por los "galenos internacionales", en la figura del Fondo Monetario Interancional (FMI) y del Banco Mundial (BM), y ademàs reforzadas por el sucesor del GATT, o sea la Organizaciòn Mundial del Comercio (OMC).




Ese dominio se deja ver igualmente, y como sustento a la renovaciòn de cuadros tecnocràticos en los diversos gobiernos, en las universidades norteamericanas y europeas. Cuadros de jovenes se graduan con las recetas librecambistas - monetaristas bajo el brazo, conocidas como Neoliberalismo. Instituciones como Chicago, Yale, Harvard, MIT, Stanford y Columbia le dan brillo a la teorìa dominante. Incluso algunos politòlogos y pensadores se dan el lujo de lanzar a los cuatro vientos la creencia de que vivimos el final de la historia (Francis Fukuyama) o de que la Tierra es plana (Thomas Friedman), en alusión a las supuestas bondades que la globalización económica promete.




Estas tendencias dan lugar a verdaderas aberraciones, pues se tiende a confundir a la economìa con las finanzas, o a creer firmemente que un estado se maneja como si fuera una empresa de gran tamaño, es decir, las cifras pùblicas deben de presentar superavits, de preferencia. Se sataniza el uso del gasto pùblico y al estado se le somete con una camisa de fuerza donde se le impide echar mano de los intrumentos fiscales. Asì, los impuestos sòlo sirven para financiar presupuestos pùblicos, y se desecha por completo la funciòn fundamental de redistribuciòn de la riqueza y de los ingresos. Igualmente, el estado se ve imposibilitado en hacer uso de su soberanìa monetaria, pues èsta ya descansa en las manos autònomas y "desinteresadas" de los bancos centrales, cuando en realidad sabemos que son guardianes de los intereses de los bancos privados quienes tienen la facultad de crear dinero de la nada y a su antojo.




Los noticieros cuando hablan de economìa, lo primero que reportan es còmo cerraron las bolsas de valores, las tasas de interès y los tipos de cambio, y nada màs, no hay otra cosa que reportar en cuanto a economìa se refiere, como si tales reportes tuvieran importancia crìtica para las actividades de un agricultor de las praderas venezolanas, o para un pastor de los Andes, o para un plomero de la ciudad de Lima, o bien para un tornero de un barrio de la ciudad de Mèxico. Es la gestiòn del dinero lo que ahora realmente importa.




Los grandes capitales imponen su ley en los mercados y exigen estabilidad en las cuentas pùblicas y en los tipos de cambio, para mantener acotada a la perversa inflación, y que asì ellos entren y salgan a placer de un paìs a otro, haciendo arbitraje con las tasas de interès, directamente responsables de su tasa de rentabilidad. Ya si las economìas sufren por pèrdida de competitividad de sus exportaciones, estancamiento de la economìa real, debilitamiento del mercado interno y expansiòn de la masa de desempleados, todo ello no tiene la menor importancia. Ademàs, se proclama que en el largo plazo las poblaciones se veràn beneficiadas al encontrar cada paìs sus ventajas competitivas, olvidando la enseñanza que nos dejò Keynes cuando afirmò que "en el largo plazo, todos estaremos muertos".




El dominio financiero recibe un golpe casi mortal cuando en el 2007 estalla la crisis de los crèditos hipotecarios subprime. Surgen los colapsos de muchos bancos, pero los grandes maniobran en las oscuridades de los lobbying centers de Washington y Londres, logrando ser rescatados, asì es que surgen voces apologèticas que exclaman a ocho columnas en los diarios de que los bancos beneficiados son instituciones demasiado grandes para quebrar (too big to fail) , y ahì sì se permite, bajo el capricho de las reglas neoliberales, que se den los subsidios a torrentes, pues es de "interès general" salvar a estos ìconos corporativos. La carga financiera de esos rescates la lleva, por supuesto, el sufrido y golpeado ciudadano, el infeliz tax payer.




La crisis no resuelta provoca que regresen con renovados brìos los representantes de la escuela keynesiana, argumentando que el sistema dominante va hacia al abismo y recomiendan hacer uso de la polìtica fiscal, para que todos nos salvemos del desastre. Apuntan que la inflación no es ahora el enemigo a vencer, si no el estancamiento que amenaza con perpetuarse y su compañero inseparable: el desempleo.




Sin embargo, los intereses financieros de Wall Street y la City muestran resistencia, abundan los desacuerdos, se logran ciertas medidas estabilizadoras de muy corto plazo, pero queda sin resolver el problema principal de còmo rescatar a una economìa mundial desfalleciente, amenazada de muerte por la inminente llegada de màs crisis, màs grandes, y màs frecuentes.




Pero tambièn empieza a tomar fuerza otra escuela que se apoya con las evidencias catastròficas del cambio climático, y del deterioro generalizado de la ecologìa, para profetizar que el sistema ya no es sustentable, pues se requerirìan tres o cuatro planetas Tierra adicionales para dar cabida a las aspiraciones de crecimiento acelerado de paìses que reclaman su parte del pastel, como es el caso de las naciones BRIC, pero igualmente de otras muchas màs que vienen detràs empujàndose unas a otras, basándose en patrones de consumo occidentales.




Nuestra ciencia lùgubre se encuentra en una encrucijada. Si se decide continuar con la idea de business as usual, el despeñadero nos espera a todos, no sòlo con catàstrofes financieras de pronòstico reservado, sino tambièn por escenarios apocalìpticos en el sistema ambiental - que sustenta al sistema econòmico - y que pondrìan en riesgo a la misma civilizaciòn en cuestiòn en pocas generaciones.




¿Què hacer entonces? ¿No hacer nada, màs que dar paliativos y subsidios a los grandes agentes econòmicos como lo sugieren los apologetas neoliberales? ¿Regular y retomar el papel rector del estado en la economìa, pero seguir con la firme idea de crecer a toda costa, como lo sugiere la escuela Neokeynesiana? o ¿Diseñar una nueva agenda econòmica que ponga en el centro de gravedad a la misma naturaleza, y a la justicia humana, para finalmente devolverle a la ciencia economìa su caracter social?




El momento grave, de transición urgente, nos dicta que es hora de desempolvar los estudios de economìa polìtica y a empezar a quitarle a la ciencia econòmica su caracter lùgubre.




Es hora de desterrar quimeras, de aprender de errores pasados, de considerar que nuestro medio natural es cerrado y que en breve – para el año 2030, para ser exactos - seremos màs de 9,000 millones de habitantes, y que prácticamente la mitad de esos seres humanos vivirán condenados en la miseria absoluta, si no se altera la manera en que producimos y distribuimos satisfactores.




El tiempo corre en nuestra contra y ya es hora de que la Economìa emita la luz que no deje lugar a interpretaciones utópicas con agendas ocultas.




Boca del Rìo, Ver., diciembre 3, 2010

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